Por: Santiago Díaz
En nuestro artículo anterior definimos la independencia personal y las características de una persona independiente; ahora veremos hasta qué punto es sano y conveniente ser independiente y cuáles son los límites de la misma.
La independencia personal nos hace actuar por cuenta propia en vez de entregar a otros el control de nuestra vida, siendo esto un logro muy importante que debería caracterizar a la mayoría de personas, especialmente en la etapa de la adolescencia; pero en realidad esto no es suficiente como meta final de una vida. Hay que añadir siempre una buena dosis de sinceridad y objetividad, para tampoco caer en la independencia irracional, que nos limite a tal punto de despreciar la ayuda de otros o evitar el trabajo en grupo, importantes aspectos para un desarrollo adecuado personal que no se deberían abandonar.
La vida, por naturaleza, es interdependiente. El hombre no puede buscar la felicidad poniendo la independencia como valor central de su vida. De entrada, porque cualquier logro en la vida afectiva de una persona pasa necesariamente por depender en cierta manera de su mujer, su marido, sus hijos, sus amigos, su proyecto profesional, etc.; y todos también necesitamos depender de unos principios, ideales y valores que dan sentido a nuestra vida.
En definitiva, se puede ser independiente y comprender que se avanza más trabajando en equipo, que necesitamos enriquecer nuestro pensamiento con el de otras personas, que hay que ser fiel a unos valores acertados, o que todo hombre necesita dar y recibir afecto. La vida ha de plantearse buscando compartirla profunda y significativamente con otros, y esto supone siempre un contrapunto ante un afán de independencia mal entendido, porque la independencia personal nunca será sinónimo de una vida solitaria. Vivir en comunidad también es necesario de vital importancia.
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